El Telégrafo, El Invento Que Marcó el Inicio de la Era de la Información

Cada vez que decimos que la revolución asociada a la transmisión de datos y a la seguridad de la información fue provocada por Internet, es vital tener en cuenta lo

Cada vez que decimos que la revolución asociada a la transmisión de datos y a la seguridad de la información fue provocada por Internet, es vital tener en cuenta lo siguiente: hubo revoluciones anteriores, comparables a Internet en términos de su magnitud. Hay quienes, en ese contexto, hacen referencia a la prensa escrita, mientras que otros se refieren a la radio o la televisión.

Sin embargo, sería mucho más justo darle al telégrafo el lugar que se merece. Se trata de un aparato que permitió la transmisión de datos, de forma instantánea, mientras que el telégrafo eléctrico fue el primero en emplear señales eléctricas para tales fines.

Hoy puede que parezca extraño, pero su capacidad de acelerar la transmisión de datos de forma radical no se valorizó inmediatamente. Las empresas telegráficas tuvieron que invertir mucho tiempo y esfuerzo con el objetivo de de demostrar el verdadero potencial de esta tecnología.

Así que, ¿cuáles fueron los problemas de seguridad de la información a las que se tuvo que enfrentar la humanidad durante la edad de oro del telégrafo? ¿Qué fenómenos ayudó a crear el telégrafo en ese entonces? ¿Y cuáles siguen vigentes hoy día?

  1. Un proveedor de comunicación y la vigilancia gubernamental

Los mensajes ya no pertenecían exclusivamente a las copias impresas. Los contenidos se convirtieron en algo efímero: después de todo, uno no puede colocar señales en el bolsillo. Pero al  mismo tiempo se pudo registrar de forma física en ambos lados del cable, como informes de entrega y formas de mensajes.

Fue entonces cuando el nuevo requisito, tan conocido por todos gracias a sistemas como SORM o PRISM, surgió: algunos países obligaron a las compañías telegráficas a mantener el historial de los mensajes.

Por otra parte, y hablando del telégrafo como un servicio comercial, fue en ese entonces cuando emergió un “proveedor de comunicación” (que tuvo acceso a las comunicaciones de los clientes). Por supuesto, antes del telégrafo, existía el correo que podía acceder a los mensajes de los clientes, pero los carteros no tenían que leer contenidos para funcionar. En cambio, con la aparición del telégrafo, la “intercepción” de los mensajes era esencial.

Fue entonces cuando el nuevo requisito, tan conocido para nosotros gracias a los sistemas de control de la comunicación como SORM o PRISM, surgió: algunos países obligaron a las compañías telegráficas a mantener el formato de los mensajes con el objetivo de que la policía pudiera examinarlos cuando fuera necesario ante una investigación.

2. Intercepción y esteganografía

Si el proceso de interceptar clandestinamente una carta escrita sin dejar rastro requirió de habilidades importantes, los cables telegráficos fueron expuestos inicialmente a la intercepción clandestina. En los primeros tiempos del telégrafo, los gobiernos prohibieron el cifrado, lo cual potenció el desarrollo de la esteganografía, una forma de codificar mensajes en un texto de aspecto inocuo.

Tales mensajes usaban señales mejoradas (como por ejemplo “Señor, su equipaje y saco escocés de tela de tartán  le esperan en la estación”, donde “tartán” era el nombre del caballo que ganó el derby en 1840), así como esquemas mucho más sofisticados.

Por ejemplo, en los tiempos del telégrafo de semáforos óptico hubo un caso en el que un grupo de banqueros sobornó a un telegrafista para que cometiera ciertos errores tipográficos y dejarlos en el texto con el fin de transmitir mensajes codificados sobre la actividad bursátil  en la bolsa de valores.

¿Qué sucedió? Los banqueros en cuestión vigilaron en secreto el semáforo telegráfico en  la conexión parisina –en Toulouse- para obtener la información importante, de forma encriptada y completamente “inalámbrica”. Eran buenos tiempos aquellos, y la idea parecía bastante sencilla.

3. Policías vs hackers: una carrera armamentista 

Hoy en día, existe una gran cantidad de relatos sobre hackers que explotan con éxito vulnerabilidades poco probables o, viceversa, en relación a criminales que se descuidan y no logran deshacerse de los rastros “dactilares”, con lo cual llegan a ser capturados.

Con el telégrafo, la gente tuvo que adaptarse a la siguiente realidad: cualquier mensaje podía ser entregado a la distancia y de forma instantánea. La historia sobre la tela escocesa “tartán” es un caso fascinante, no sólo por el cifrado utilizado por los interlocutores; los de la casa de apuestas ni siquiera habían considerado la probabilidad de que la trasmisión de datos  del telégrafo fuera tan rápida.

telegraph-2Muy parecido a lo que sucede hoy, la nueva tecnología favoreció tanto a estafadores y como a la policía. Uno de los casos que más impresionó a los gobernadores y los motivaron a aprobar el uso a gran escala del telégrafo estuvo asociado a una simple captura de un ladrón de trenes.

Fue algo totalmente elegante: el ladrón fue capturado en la estación siguiente a lo largo de la pista, al tiempo que el mensaje era transmitido a través del telégrafo. Antes de eso, no había manera de que la policía o la administración de la estación de tren pudiera enviar un mensaje más rápido que la velocidad del tren.

4. El código binario

Después de muchas idas y vueltas, el telégrafo empleó de manera importante el código Morse, que se basaba en el uso de señales cortas y largas (puntos y rayas) para la codificación de letras y números. En esencia, eran los ‘unos’ y ‘ceros’ de aquellos tiempos.

Sin embargo, el código Morse no se basó en el sistema binario y no sobrevivió a la migración de la comunicación analógica a la digital. Aun así, fue el que logró fundar los principios del uso de señales simples y fácilmente distinguibles para codificar mensajes.

Basta con comprender las propiedades, capacidades y la lógica del sistema binario para entender los principios de la computación de hoy.

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5. Conservación de los mensajes

Ya en 1870, cuando el gobierno perdió control sobre el cifrado, surgieron los llamados “sistemas de cifrado comerciales”.  De hecho, no eran más que glosarios con palabras en clave para el transporte de ciertas combinaciones, incluso frases.

Dichas cifras fueron hechas por ciertas organizaciones que querían atender sus propias necesidades de comunicación (y que las vendieron para el uso público). Ellas no garantizaban protección alguna si el objetivo no se cumplía, pero ayudó a que los mensajes fueron un poco menos explícitos y a limitar su exposición ante los demás.

Pero dado que las palabras en código representaban una combinación aleatoria de letras, los telegrafistas solían cometer errores. Ya en 1887 un hombre había enviado un mensaje a su socio comercial: “compré todo tipo de lana, gasté 50.000 libras”, lo cual fue codificado como “BAHIA TODO TIPO QUO’. El telegrafista cometió un error sin querer sustituyendo una letra, lo cual hizo que el mensaje se leyera como “COMPRA TODOS LOS TIPOS QUO”, lo que fue interpretado como “compra  todo tipo de lana, a 50.000 libras.

Cuando se descubrió que se trató de un error, los socios tuvieron que vender rápidamente el excedente; el mercado bursátil finalmente cayó y las empresas perdieron mucho dinero. Y los intentos de demandar a la compañía de telégrafos fueron en vano. Lo único que pudieron recuperar fue el costo del propio telegrama. Tratando de encontrar al responsable, llevaron el caso a la Corte Suprema.

Con el objetivo de encontrar el mensaje para este tipo de errores, un importe de comprobación es usado para a verificar si dos archivos coinciden. En aquellos tiempos, las compañías telegráficas cobraban extra por el servicio para comprobar si el mensaje enviado y el recibido coincidían.

La última compañía de telégrafos que empleó el sistema tradicional de infraestructura ‘eléctrica’ fue la india BSNL, que dejó de operar en 2013. La estadounidense Western Union dejó de enviar telegramas incluso antes de ello. El telégrafo dejó de ser clave en la infraestructura de la comunicación crítica hace mucho tiempo.

Sin embargo, su papel anterior y lecciones enseñadas merecen reverencia. Tom Standage, cuyo libro ‘The Victorian Internet’ usamos para esta nota es un clásico que vale la pena leer.

 

Traducido por: Maximiliano De Benedetto

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