Empújame y luego descíframe, hasta que puedas obtener la satisfacción del derecho.
“El primer ministro británico, David Cameron, busca prohibir la encriptación en todas las plataformas de mensajería privadas”, expresan, de manera contundente y alarmante, los titulares de los principales periódicos del Reino Unido y del mundo. ¿Pero qué hay de cierto en esto?
Las opiniones al respecto son variadas. Por un lado, las voces del patriotismo exacerbado aclaman: “Debemos proteger Gran Bretaña de actos terroristas como el que tuvo lugar en París”. Del otro lado, los defensores acérrimos de la libertad y la privacidad responden: “El fin de la privacidad ha llegado, el gobierno busca prohibir el cifrado de las comunicaciones”.
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Curiosamente, ninguna de estas afirmaciones es verdadera. Bueno, pero entonces ¿Qué fue lo que pasó? David Cameron hizo una pregunta: “¿Estamos realmente dispuestos a permitirnos la existencia de formas de comunicación que no podremos leer?” y enseguida respondió: “No. No debemos permitirlo. Y si los conservadores -partido al que Cameron pertenece- ganamos las próximas elecciones parlamentarias, haremos todo lo posible por garantizar una legislación que ponga fin a este mal”.
Los medios, naturalmente, sobredimensionaron y reinterpretaron los dichos del funcionario británico. Sin embargo, Cameron nunca habló expresamente de prohibir la encriptación de las comunicaciones. Pero bueno, cada quien es libre de hacer sus conjeturas, siempre y cuando esto no lleve al pánico.
Por otra parte, si nos ponemos a investigar un poco nos daremos cuenta de que ya existe en Gran Bretaña una ley que regula las comunicaciones encriptadas. Esta norma plantea que si una persona posee un archivo cifrado y una corte decide que esa persona debe proporcionar la clave que descifra dicho documento, aquella persona estará obligada a ceder esa información. En este punto, no importa si la persona tiene o no la clave. Si no puede cumplir con este requisito, será juzgada y, probablemente, condenada a prisión.
David Cameron seeks cooperation of US president over encryption crackdown http://t.co/00G1F0IdSg
— The Guardian (@guardian) January 15, 2015
Ahora conjeturemos un poco nosotros también sobre estas cuestiones. Lo más probable es que el cifrado nunca sea concretamente prohibido en las aplicaciones privadas. De hecho, si el Estado lo quisiera, existen formas mucho más elegantes para obtener información privada. Por ejemplo, la obligación civil de brindar las claves de cifrado al Servicio Secreto, en caso de que un juez así lo determine (Blackberry) y el derecho a privar la protección basada en el cifrado (Lavabit). Además, también existen mecanismos para obligar a los proveedores de servicios a que almacenen físicamente, por al menos un año, todos los datos de sus usuarios dentro del territorio de dicho Estado o resolver que todas las comunicaciones “deben pasar por un mismo cable” (zdravstvuyte, SORM-2 y la nueva legislación rusa).
De hecho, esto ya está ocurriendo en todo el mundo: en el Reino Unido, en donde la histeria colectiva comenzó recientemente, la retención de datos y la ley de poderes de investigación fue aprobada en 2014. Actualmente, los legisladores están discutiendo un proyecto de seguridad anti-terrorismo. El relato que busca justificar estas medidas, al parecer, es siempre el mismo: “combatir el terrorismo, la piratería y la pornografía ilegal”.
Entonces, ¿qué es todo este alboroto con WhatsApp, Telegram y las demás plataformas de mensajería? ¿No hemos tenido suficiente ya con el escándalo de Snowden? ¿Está claro que toda manifestación de poder querrá siempre ser absoluta y ejercer un control total sobre sus ciudadanos?
“Un solo centímetro cúbico cura diez sentimientos melancólicos”, dice Aldous Huxley en su novela Un Mundo Feliz. Por desgracia, ni el exceso de personal del Servicio Secreto de ningún gobierno, ni el creciente poder de los Estados contribuye a alcanzar los objetivos primarios. Aunque esto no es una novedad.
En cuanto a la prohibición concreta del cifrado de las comunicaciones, Cory Doctorow explica por qué esta idea en realidad es estúpida. Hay un ejemplo claro, Cameron impulsó una ley de regulación del contenido pornográfico en el Reino Unido, que se hizo efectiva el año pasado. ¿Funcionó? En parte sí, pero, en su mayoría, no.
Traducido por: Guillermo Vidal Quinteiro